21 junio 2011

La muralla.

Alejandro González. Simbiosis. 110 cm x 140 cm. 2007



Yo era una buena persona, sobre todo cuando decidía serlo, también era una cosa que me salía natural, pude llegar a ser un santo –es una exageración, pero era una probabilidad. De pronto me preocupo esto de ser una buena persona, un poco porque estoy lejos de las personas que han sido significativas para mí, también un poco por pensar  en los tiempos pasados, esos  tiempos que muchos dicen que fueron mejores, pero lo cierto es que los tiempos pasados solo son tiempos pasados, lo único es que éramos más jóvenes y quizá eso es lo que más extrañamos, nos quedamos pegados al pasado entonces allí comenzamos a envejecer o como diría Juan Pablo Castel, lo tiempos pasados fueron peores, y que la gente piensa que fueron mejores porque –felizmente- se empeñan en olvidar las cosas malas y terribles. Ahora también me viene a la mente unas palabras de Woody Allen (en paráfrasis): “¿conocen esta historia? Dos señoras mayores están en un hotel de gran calidad y dice una: vaya aquí la comida es realmente terrible. Y contesta la otra: sí, y además las raciones son tan pequeñas. Pues…, básicamente así es como me parece la vida: llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza;  y sin embargo se acaba demasiado  rápido.”
Me preocupo otro poco eso de ser buena persona porque frecuentemente soy más bien insensible (invisible), porque prefiero no mojarme con la lluvia, porque mis pies se han unido a mis zapatos y ya no ando más descalzo, soy más bien una máquina que no logra articular mayor sensibilidad por los signos y motivos de los otros. Vivo tranquilo. También me importa un bledo un poco el mundo (antes no), me estaba entrenando para ser un buen tipo, y hora que siento que no lo soy –y que me esfuerzo por no serlo- he tenido la impresión que hay una parte de mí que se quedó a oscuras. Yo sé que tiene que ver un poco con mi inquietud por encontrar un sentido profundo a lo que hago, a mi vida. Tiene que ver también con mi "a-teísmo teórico", con mí "a-religiosidad práctica y comunitaria", con las reminiscencias que me quedan de Dios, con los recuerdos de seguidor fiel y con el hecho de que ahora me he convertido al narcisismo.  En otros tiempos podría haber dicho que estoy siendo afectado por una crisis religiosa, hoy no, más bien es una crisis de sentido, como humanos podemos soportar cualquier cosa, el desorden, el caos, pero no la falta de sentido, bueno eso me pasa a mí –valga la aclaración.
Es en estos momentos en los que deseo ser otro, como si no fuera más fácil darme cuenta que ser lo que soy es mi mejor atractivo.
Después de lo ya escrito, me di cuenta que escribí porque perdí al amor de estos días, digo nomás de estos días para hacerlo menos difícil, además es lo más que puedo llegar a saber; entonces me puse a escribir sobre el sentido de la vida, tropecé conmigo mismo, con los miedos de siempre, y entonces intente encontrar respuestas en el infinito -quise decir internet-, como si no bastara ya estar perdido en este pueblo.   Vivo terriblemente tranquilo y sé que mis mejores frases se las tuve que robar a alguien. He buscado tener el control de lo que me pasa, pero hoy, veo solo una gran muralla pintada con dibujos ancestrales.
Mayo 2,010




12 junio 2011

Tierra

Alejandro González. Tierra. 33 x 43 cm. 2,010



"No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda."

Woody Allen


 

04 junio 2011

El mono gramático

Alejandro González. 12 cm x 30 cm. 2,011



Quizá necesitamos saber, que caminaremos hasta el fin, para no preocuparnos de encontrar o no encontrar lo que andamos buscando, en el transcurso del aquí al fin; para estar siempre atentos. El fin no tendría  significado si jamás notamos como llegamos hasta allí.
Encontré un libro (o el me encontró a mí) de Octavio Paz, y nomás quiero dejar registro de ese texto inicial del libro, que me ha gustado mucho, mismo que transcribo:

 “Lo mejor será escoger el camino de Galta, recorrerlo de nuevo (inventarlo a medida que lo recorro) y sin darme cuenta, casi insensiblemente, ir hasta el fin –sin preocuparme por saber qué es lo que yo he querido decir al escribir esa frase. Cuando caminaba por el sendero de Galta, ya lejos de la carretera, una vez pasado el paraje de los banianos y los charcos de agua podrida, traspuesto el Portal en ruinas, al penetrar en la plazuela rodeada de casas desmoronadas, precisamente al comenzar la caminata, tampoco sabía adónde iba ni me preocupaba saberlo. No me hacía preguntas: caminaba, nada más caminaba, sin rumbo fijo. Iba al encuentro… ¿de qué iba al encuentro? Entonces no lo sabía y no lo sé ahora. Tal vez por eso escribí <ir hasta el fin>: para saberlo, para saber qué hay detrás del fin. Una trampa verbal; después del fin no hay nada pues si algo hubiese el fin no sería fin. Y, no obstante, siempre caminamos al encuentro de…, aunque sepamos que nada ni nadie nos aguarda. Andamos sin dirección fija pero con un fin (¿cuál?) y para llegar al fin. Búsqueda del fin, terror ante el fin: el haz y el envés de mismo acto. Sin ese fin que no elude constantemente ni caminaríamos ni habría caminos. Pero el fin es la refutación y la condenación del camino: al fin del camino se disuelve, el encuentro se disipa. Y el fin –también se disipa.”

Octavio Paz.
El mono gramático.